Todos mis
días de práctica salía del colegio con una sensación distinta, algunos, con
ganas de quedarme ahí mucho más tiempo, otros con ganas de escapar para no
volver y en otros con ganas de volver la próxima semana con nuevas ideas. En general
fueron semanas muy intensas. Tuve además en mi estadía la suerte, por así
decirlo, de hacer un remplazo de tres días a mi profesora guía, los cuales
adicionaron gran enseñanza a mi práctica. Ya finalizado mi proceso de práctica
y leer el capitulo “Los residentes vuelven a la escuela” del libro “Enseñar y
aprender a Enseñar” no pude más que sentirme completamente identificada con los
casos planteados. Sumo a esta mirada del pasado enfrentada a la actualidad, el
hecho que este había sido mi colegio desde séptimo a cuarto medio. Por lo que
ya sabía la forma de trabajo en esta institución y de la misma profesora quien había sido mi profesora de
Artes visuales en 1º medio. Al comienzo mis ganas se veían inagotables pero con
el tiempo me di cuenta que es muy difícil la tarea docente sobre todo cuando te
crees identificada con esa profesora “buena” (como se describe en el libro) aquella que no grita durante la clase es
cercana a los estudiantes y se mantiene en constante movimiento durante toda la
clase intentando asistir a todos para que las cosas resulten como lo proponemos,
pero que a la vez se debe inevitablemente enfrentar a esa profesora “tradicional”
que debe imponer el orden en el salón. Y es eso lo que recalcaba mi profesora
guía todos los días, quien mantenía firme la postura que debía trabajar para
mantener el control de la forma en que lo hacía ella. Lo que se interponía en
mi quehacer, ya que debería quedarme sentada observando y manteniendo el orden
durante toda la clase desde mí mesa, y no podría asistir a los estudiantes
personalmente, puesto que estaría descuidando a los 37 restantes. Al comienzo
no podía entender que esto debía ser así pero con el tiempo comprendí que todo
tenía ya una dinámica establecida, los estudiantes obedecían a través de sus gritos,
retos y amenaza. Algunos estudiantes acataban cuando ella era estricta pero al
mismo tiempo me reclamaban por detrás que ella los gritaba, siendo esta la
única forma en que mantuvieran el orden. Luego al pasar por otros cursos
reconocí que no todos se comportaban igual con ella y ella no se comportaba
igual con todos los cursos. Esto me llevó a recordar a mis profesores, ninguno
era igual a otro en su forma de enseñanza, de mantener el orden, de reflexionar
o realizar juegos. Cada profesor iba creando distintas dinámica con cada curso
y ambos se van entendiendo en distintos lenguajes. Y es aquí cuando comprendí
cada labor, donde yo sin saberlo también cree un tipo de diálogo con este curso
con el que de a poco fui vinculándome y también entendiendo errores difíciles
de reparar en mi actuar, porque ellos ya habían percibidos ciertos rasgo que
habían adjudicado a mi persona que difícilmente borrarían. En este momento
reflexioné y me repetí mentalmente todas las enseñanzas que he ido reuniendo durante
años y comprendí que esta identidad docente se va creando poco a poco, pero es
en la práctica donde toman sentido, donde sacas todos los aprendizajes del
archivador para procesarlos y reproducirlos. Donde te das cuenta que los
papeles leídos, las palabras escuchadas y las vivencias personales se conjugan
para dar forma a nuestro difícil, preciado pero propio camino docente.
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