lunes, 26 de noviembre de 2012

Reflexión Final



            Todos mis días de práctica salía del colegio con una sensación distinta, algunos, con ganas de quedarme ahí mucho más tiempo, otros con ganas de escapar para no volver y en otros con ganas de volver la próxima semana con nuevas ideas. En general fueron semanas muy intensas. Tuve además en mi estadía la suerte, por así decirlo, de hacer un remplazo de tres días a mi profesora guía, los cuales adicionaron gran enseñanza a mi práctica. Ya finalizado mi proceso de práctica y leer el capitulo “Los residentes vuelven a la escuela” del libro “Enseñar y aprender a Enseñar” no pude más que sentirme completamente identificada con los casos planteados. Sumo a esta mirada del pasado enfrentada a la actualidad, el hecho que este había sido mi colegio desde séptimo a cuarto medio. Por lo que ya sabía la forma de trabajo en esta institución y de la misma  profesora quien había sido mi profesora de Artes visuales en 1º medio. Al comienzo mis ganas se veían inagotables pero con el tiempo me di cuenta que es muy difícil la tarea docente sobre todo cuando te crees identificada con esa profesora “buena” (como se describe en el libro)  aquella que no grita durante la clase es cercana a los estudiantes y se mantiene en constante movimiento durante toda la clase intentando asistir a todos para que las cosas resulten como lo proponemos, pero que a la vez se debe inevitablemente enfrentar a esa profesora “tradicional” que debe imponer el orden en el salón. Y es eso lo que recalcaba mi profesora guía todos los días, quien mantenía firme la postura que debía trabajar para mantener el control de la forma en que lo hacía ella. Lo que se interponía en mi quehacer, ya que debería quedarme sentada observando y manteniendo el orden durante toda la clase desde mí mesa, y no podría asistir a los estudiantes personalmente, puesto que estaría descuidando a los 37 restantes. Al comienzo no podía entender que esto debía ser así pero con el tiempo comprendí que todo tenía ya una dinámica establecida, los estudiantes obedecían a través de sus gritos, retos y amenaza. Algunos estudiantes acataban cuando ella era estricta pero al mismo tiempo me reclamaban por detrás que ella los gritaba, siendo esta la única forma en que mantuvieran el orden. Luego al pasar por otros cursos reconocí que no todos se comportaban igual con ella y ella no se comportaba igual con todos los cursos. Esto me llevó a recordar a mis profesores, ninguno era igual a otro en su forma de enseñanza, de mantener el orden, de reflexionar o realizar juegos. Cada profesor iba creando distintas dinámica con cada curso y ambos se van entendiendo en distintos lenguajes. Y es aquí cuando comprendí cada labor, donde yo sin saberlo también cree un tipo de diálogo con este curso con el que de a poco fui vinculándome y también entendiendo errores difíciles de reparar en mi actuar, porque ellos ya habían percibidos ciertos rasgo que habían adjudicado a mi persona que difícilmente borrarían. En este momento reflexioné y me repetí mentalmente todas las enseñanzas que he ido reuniendo durante años y comprendí que esta identidad docente se va creando poco a poco, pero es en la práctica donde toman sentido, donde sacas todos los aprendizajes del archivador para procesarlos y reproducirlos. Donde te das cuenta que los papeles leídos, las palabras escuchadas y las vivencias personales se conjugan para dar forma a nuestro difícil, preciado pero propio camino docente.

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